martes, 27 de noviembre de 2012


  • Hasta principios del siglo XX, más del 80% de la población estaba en el campo. Allí los indios seguían viviendo en un mundo arcaico y tradicional, y sometidos a la autoridad o al abuso de los hacendados y prefectos del lugar. Solo los indios que pudieron bajar a la costa a trabajar en una hacienda azucarera o algodonera pudieron tener contacto con la modernidad al integrarse al llamado “proletariado rural”. Si se quedaban en la sierra, podían vivir en una hacienda, en condiciones de trabajo servil, o al interior de sus comunidades. 

  • La hacienda, en efecto, era el eje de la vida social y económica. No contamos con cifras precisas pero es probable que hacia 1900 existieran casi 4 mil haciendas en el país con una población de medio millón de habitantes, en su mayoría indios analfabetos. Las cifras sobre el número de comunidades campesinas también son aproximadas: se calcularon casi 2 mil hacia 1920. Un detractor de estas comunidades fue Francisco Tudela y Varela, quien en su obra Socialismo peruano las condenaba por improductivas, debido a que allí se difundía el alcoholismo, la ociosidad y el fanatismo. Señalaba, además, que en ellas estaba concentrada gran parte de la población indígena y que constituían un germen de retraso en el país. A la postura de Tudela se contrapuso la de Manuel Vicente Villarán, quien sostuvo que la comunidad era la única protección del indio frente al blanco, la única manera de tener su propia organización, prescindiendo des su integración como trabajador en la hacienda del terrateniente.

  • Los hacendados o gamonales buscaron expandir sus propiedades con la finalidad de incorporar tierras, rebaños y hombres, siempre a costa de las comunidades. Una familia común de campesinos trabajaba en su comunidad, en las tierras de su hacendados, tenía un pequeño rebaño y, por último, tejía. De preferencia eran las mujeres las que cumplían la tarea de hilado y tejido. Podríamos decir que la vida de los campesinos en la sierra casi no había variado desde la época virreinal; solo sabemos que los campesinos habitantes del Valle del Mantaro gozaron de cierta independencia económica, y de una muy tenue “occidentalización”, gracias al comercio lanero.